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Diario de una voluntaria. Mi primera vez. Homenaje a Eloísa

CAPITULO 1

Mi primera vez. Homenaje a Eloísa por Isabel Cárdenas

La reconocí nada más verla. Y no porque, como me dijera ella, hubiese visto su cara en alguna foto antes. Tampoco porque estuviese esperando en la puerta del hospital a la hora que habíamos quedado, como pueda parecer lo más lógico. La hubiera reconocido en cualquier otra parte. En aquella puerta había más personas esperando también, como corresponde a casi lo único que se puede hacer en un hospital: esperar. Pero entre todas ellas, la que iba a ser mi compañera y mentora en aquel primer, y expectante para mí, día de acompañamiento a una enferma de cuidados paliativos, desprendía un halo de ilusión y humanidad tan desbordante, que se filtraba a través de la mascarilla y las gafas de sol que llevaba puestas. Así, acercándose a mí con una cálida voz, me preguntó: “¿Tú eres Isabel?”, sumando a continuación un no menos cálido abrazo ante mi respuesta positiva. Estuvimos unos minutos en la puerta, durante los que compartimos algunas impresiones, básicamente mis nervios y, por qué no decirlo, el miedo ante mi primer acompañamiento a un paciente en hospital. Ella me repitió lo que ya me había dicho el día anterior por teléfono: “Aquí no hay instrucciones, cada paciente es un mundo y cada situación es distinta. Haz lo que te salga del corazón”. Y con esa maravillosa premisa resonando en mi cabeza, entramos en el centro camino de la planta donde estaba ingresada Mª Consuelo. Nuestro primer encuentro con ella no fue muy positivo, ya que tras presentarnos y ante la pregunta de Eloísa de si quería que pasásemos un rato de la tarde con ella, respondió con un rotundo no, a pesar de sus dificultades para hablar. Pero no se es veterana en este voluntariado en balde, y mi compañera supo perfectamente cómo darle la vuelta a ese no. -Pues mira, como va a ir tu acompañante ahora a tomarse un café (en ese momento había una persona con ella en la habitación), para que se vaya tranquilo nos quedamos aquí esperándole hasta que vuelva, ¿te parece? A partir de ahí, la tarde fluyó de una forma mucho más favorable a como en un principio parecía. Tuvimos tiempo para escuchar, comentar, entretener en la medida de nuestras posibilidades a una paciente tan delicada, compartir pareceres con su acompañante, que se desahogara con nosotras... Yo en todo momento dejé a mi compañera llevar la iniciativa porque quería empaparme de ella, escucharla y aprender. Y al balance positivo de la tarde en forma de todo lo que acabo de describir, habría que añadirle las sonrisas de Chelo, que es como siempre habían llamado a nuestra paciente. Nos despedimos de ella lanzándole un beso con la mano desde la puerta, a través de nuestras mascarillas. Beso que nos devolvió de igual forma, adornado esta vez con una entrañable y desdentada sonrisa, cerrando así la tarde con dos Chelos distintas, la del principio y la del final de la misma. Cuando nos despedimos Eloísa y yo hasta el día siguiente, pareció que debía de tener unos subtítulos en la cabeza donde me leyera la pregunta que tantas veces me había hecho antes de este primer día (“¿Seré capaz de hacerlo? ¿Serviré para esto?”), porque con su frase final a modo de despedida, Eloísa me brindó la respuesta: -¡Hasta mañana, Isabel! A ver si conseguimos hacer reír a Chelo de nuevo... Las circunstancias (¿o la casualidad?) habían querido que iniciase el voluntariado en fin de semana. Era un sábado radiante de septiembre con las calles llenas de personas paseando, las terrazas de los bares llenas, niños con sus padres haciendo deporte... Mientras conducía sola de vuelta a casa, no podía dejar de pensar en ello: la ciudad llena de vida renovada como se renueva en esa fecha donde coinciden el final de las vacaciones y el inicio del curso escolar. Y contrastando con todo ello, el hospital donde había estado solo unos minutos antes, con las historias más o menos graves, más o menos desgraciadas de quienes en ellos están ingresados, mientras la ciudad afuera bulle de vida. “Y dentro -pensé- porque se puede también aportar un poquito de más vida a la vida en cualquier situación”. O al menos intentarlo... Y eso lo resumió muy bien Eloísa con aquel propósito, con aquella esperanza materializada en su frase de: “A ver si mañana conseguimos hacer reír a Chelo de nuevo”. Ahí estaba la respuesta que tanto buscaba. Y me la dio ella. Desde ese instante entendí que sería capaz de desempeñar este voluntariado porque no podría quedarme con esa duda.

Gracias, Eloísa.


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