-¡Cuatro y cierro! -exclamó Eloísa, eufórica, la primera vez que ganaba una partida. Y acompañó su grito de alegría con un paseo triunfal alrededor de la mesa donde llevábamos más de una hora en un duro duelo a tres de dominó, en el que Francisco nos había dado una paliza de escándalo.
-¡Olé, Eloísa! ¡Ya le has pillado el truco al juego! -la animaba yo, mientras Francisco reía con ganas sus celebraciones.
-¿Ya me tocaba, no? Que esto parecía más fácil, y resulta que tiene su estrategia...
-Y tanto que la tiene -intervino el anciano, que golpeándose con el dedo índice en la cabeza, nos explicaba- Hay que pensar qué números tendrán los demás, para elegir qué ficha poner de las tuyas.
-¿Pero cómo sabes qué fichas tengo yo? -volví a preguntarle por enésima vez al abuelo, que me miraba con una sonrisa pícara, mientras nos daba semejante repaso.
-Hay que contar las fichas con el mismo número que hay encima de la mesa, y así decides.
Yo miré incrédula las numerosas fichas que teníamos colocadas en unas más o menos filas rectas, y mirando alternativamente con los ojos muy abiertos, a él y al tablero, no pude menos que preguntarle sorprendida:
-¿Pero cómo puedes contar lo que hay, intuir lo que tenemos nosotras y pensar qué ficha colocar... ¡y todo a la vez!? ¡Si a mí no me alcanza ni para mirar si tengo algún número para continuar la fila!
Eloísa me miraba, igual que yo a ella, estupefacta:
-¡Míralo! Que tiene más agilidad mental que nosotras, jajajaja - y mientras seguíamos observando minuciosamente las fichas, intentábamos descifrar las claves de un juego en el que nos embarcamos por primera vez con la suficiencia que da el presuponer que por tratarse de un entretenimiento típico de la tercera edad, sería algo "chupado" para nosotras. Menudo baño de humildad nos estaba dando Francisco.
- Aquí hay algo que no cuadra -insistía yo, mirándolo por encima de mis gafas- O nos estás ocultando algún truco, o estamos muy espesas hoy, Elo...
La tarde terminó con la inevitable paliza y un par de partidas ganadas por nosotras, no sabemos si por mérito propio o por la benevolencia de Francisco, que nos dejó ganar para que el escarnio no fuera tan humillante.
Cuando salíamos de la residencia, despidiéndonos de él hasta el próximo lunes para nuestra revancha, miré la pantalla de mi móvil donde me esperaban varios chats de WhatsApp a los que, obviamente, no había hecho caso durante el ratito que habíamos pasado juntos. Abrí el que tenía más mensajes, correspondiente a mi grupo de amigas, que tras varios fallidos intentos para vernos en las últimas semanas, volvían al ataque, a ver si los astros se alineaban a nuestro favor para encontrar una tarde que nos viniese bien a todas. Con esa manía que tenemos las mujeres de enumerar la retahíla de fechas que no podemos, con lo fácil que sería decir las escasas disponibles, empecé a leer rápidamente mensajes del tipo: "viernes no puedo, que tengo dentista", "miércoles tampoco, que estaré en una reunión de trabajo", "sábado no, que tengo visita en casa"... y así una larga lista de impedimentos para quedar, a la que añadí con enorme orgullo y mayor ilusión, el que creo era el mejor motivos de todos: "lunes no, que tengo partida".
Hasta el lunes Francisco. Prometemos mejorar.
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