El poder silencioso del acompañamiento
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Por Antonia Aunión Díaz | Coordinadora Proyecto Badajoz Ciudad Compasiva
Hay encuentros que no necesitan parentesco para convertirse en familia. Hay vínculos que nacen sin apellidos compartidos, sin historias previas, sin fotografías antiguas guardadas en un cajón. Simplemente suceden.
Suceden cuando dos extremos de la vida se encuentran: una que empieza a descubrir el mundo y otra que lo mira con la calma de quien ya ha vivido mucho.
Cada domingo, después de nuestra clase de batería —una afición que Juan y yo compartimos— vamos a visitar a mi padre, Pedro. No hay relación de sangre entre ellos, pero sí algo que va más allá: un espacio único donde uno habla y el otro escucha; donde uno descubre y el otro recuerda.
Su punto de unión soy yo… pero lo que ocurre cuando se sientan frente a frente es completamente suyo.
La fotografía que acompaña estas líneas captura con delicadeza ese instante en el que dos generaciones se reconocen, se respetan y se encuentran sin necesidad de nada más que su propia presencia. Una luz cálida acaricia la escena, como si también ella quisiera escuchar lo que se dicen sin decirlo.
Y Pedro, atento, con esa entrega serena de quien sabe que las conversaciones importantes no siempre necesitan grandes temas; a veces basta con estar.
Ambos se escuchan. Solo eso. Pero qué importante es ese “solo eso”.
Porque Pedro permite que Juan se perciba a sí mismo como algo más que un niño: como alguien escuchado y tenido en cuenta. No desde la figura de un abuelo —que no le corresponde—, sino desde la profundidad del encuentro entre dos personas que se regalan tiempo.
Y para Pedro… qué decir. Este instante semanal lo reconforta, lo ordena, lo hace sentir acompañado.
¿Sabemos realmente los beneficios del acompañamiento?
El acompañamiento no es solo presencia física. Es ofrecer tiempo, escucha, mirada, calidez.
Y, a cambio, recibir mucho más de lo que se da.
Las investigaciones nos lo dicen y la experiencia lo confirma:
Las personas mayores que reciben visitas regulares mejoran su estado emocional, se sienten más valoradas y experimentan menos soledad.
Los niños desarrollan empatía, paciencia, sensibilidad y sentido comunitario.
Y ambos descubren algo fundamental: que ser escuchado te sostiene, y que escuchar a otro te transforma.
Somos seres sociales. Necesitamos compartirnos. Necesitamos sentir que importamos a alguien.
A veces ese alguien llega sin esperarlo, sin planearlo, sin vínculos familiares… y aun así crea un “match” perfecto.
Esta foto es solo un instante, pero contiene una lección inmensa: acompañar es un acto sencillo que puede cambiar la vida de dos personas a la vez.
Y tú… ¿Qué te sugiere esta imagen?
¿Alguna vez has vivido un encuentro que te haya demostrado el valor real de la compañía?





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