-¡Pues vamos a ponerle un nombre! Anda, elige uno... Con esa petición tan entusiasta como repentina, y la presión de nombrar a la gatita que, mimosa, ronroneaba sobre mis piernas, miré alternativamente a la sonriente cara de Antonio, a la de mi amiga Eloísa sentada justo frente a mí y a la no menos adorable carita de aquella minina gris y blanca, que sin conocerme de nada, se había acomodado sobre mi regazo. Tras cavilar un poco,respondí: -Hmmmm... Lala, tiene cara de llamarse Lala. Eloísa inclinó la cabeza con una sonrisa aprobando mi elección mientras el anciano, mirando a la gatita y acariciándola con infinita dulzura, repitió varias veces: -Lala, Lala, Lala... -No sé yo si se va a aprender su nombre a estas alturas... -le dije, incrédula, pues la gata con los ojos cerrados, seguía más interesada en las caricias que en prestar atención a su recién estrenado nombre. -Ya verás como sí. A base de repetírselo, cuando vuelvas el próximo día, no solo te va a reconocer, sino que va a saber su nombre. El próximo día... Acabando ya el tiempo de visita, Antonio pensaba ilusionado en el siguiente día que nos reencontráramos con él y con Lala, quien se había convertido en su inseparable compañía cada vez que bajaba a la sala de estar del centro que era su hogar. Había decidido retomar el voluntariado que con tantas ganas inicié un año atrás, y que me vi obligada a interrumpir durante un tiempo. Con las mismas sensaciones que aquel primer día de septiembre del 2021, y de nuevo con la mejor maestra en acompañar a pacientes tocándoles el corazón, mi adorada Eloísa, entraba por primera vez en aquella residencia de ancianos con un papel muy distinto de las otras tantas que he ido como visitadora médica. Nos habían informado que se trataba de un paciente oncológico que, por circunstancias de la vida, se encontraba bastante solo en esa última etapa de la misma.
Los nervios de si sería capaz de estar a la altura se desvanecieron en cuanto vi a Antonio aparecer en una silla de ruedas, mirándonos con unos chispeantes ojos enmarcados por la perenne mascarilla que aún es obligatoria en estos centros y que, por buscarle una ventaja a privarnos de ver sonrisas, nos hace prestar más atención a las miradas, que en muchas ocasiones dicen más que los labios. Tras las pertinentes presentaciones, y cuando la auxiliar nos dejó al mando de la silla de ruedas, nos encaminamos hacia la cafetería de la residencia, donde entablamos una conversación que duró casi dos horas. Nos conocimos así un poco más, explicándonos él algo de su vida, nosotras de la nuestra, conociendo sus necesidades, sus gustos, cómo era su rutina allí. Sus pensamientos y sus deseos... entre los que se encontraba recibir visitas de un par de voluntarias como nosotras. -Y se le hace el día largo, ¿verdad? -le pregunté en un momento en que pareció ponerse un poco melancólico. -Sí, mucho -confirmó, quedándose de nuevo callado. Sin saber qué responder a ello, solo se me ocurrió decir: -Ya imagino... A esas alturas de la tarde, ya se había bajado la mascarilla, pudiendo así identificar mejor los sentimientos en sus expresiones faciales. Pero me bastaron sus ojos para que me llegara al alma su contestación: -Una cosa es imaginarlo y otra, vivirlo. Me estuvo dando vueltas esa frase durante todo el camino de regreso a casa. Intentaba averiguar por qué me había llegado tan dentro aquella obviedad, si yo misma, hacía poco tiempo le había dicho a una amiga en referencia a una situación vivida: “una cosa es saberlo y otra, hacerlo”. Pero no tardé mucho en caer en la cuenta que no había sido la frase en sí, verbalizada en palabras. Había sido el sentimiento que había detrás, mostrado a través de sus ojos. Llegué a la residencia con un miedo atroz, dudando si estaría a la altura de las necesidades del anciano. Y volví con lo aprendido de mi admirada Eloísa, la ilusión de Antonio por volver a vernos el próximo día y la ropa llena de pelos de gato. El balance era claramente favorable: salí ganando. Como me dijo ayer mismo una amiga, también voluntaria: “ser voluntario es puro egoísmo, porque vuelves mejor que fuiste”. Hasta el lunes, Antonio. Tengo que decirte que a mí también se me está haciendo largo el tiempo hasta volver a verte.
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