Artículo del arzobispo de Mérida-Badajoz, D. José Rodríguez Carballo, publicado en el nº 1.422 de Iglesia en camino titulado “Ensancha la vida” sobre la Conmemoración de todos los fieles difuntos que se celebra cada 2 de noviembre.
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Queridos hermanos: ¡El Señor os dé la paz!La muerte nos golpea a todos. La Conmemoración de todos los Fieles Difuntos nos lo recuerda y nos lo recuerda la misma experiencia cotidiana. Hoy un ser querido que nos deja… Mañana seguramente nosotros. Y esta certeza de la muerte genera muchas preguntas y también muchas y diversas respuestas: Desde su negación más radical, hasta el replanteamiento de nuestra existencia, estructurando la vida de modo coherente con la respuesta que damos ante esa realidad que nos envuelve.En esta “cultura de la muerte” que propone a veces una “falsa compasión”, la que considera “un acto de dignidad facilitar la eutanasia” (Papa Francisco), surgen también asociaciones que defienden la vida desde su concepción hasta el término natural de la misma; asociaciones cuyo objetivo es el de ayudar a prepararse adecuadamente para enfrentarse a ella viviendo una vida en plenitud. Entre ellas cabe señalar que muchas nacen dentro del campo de la medicina que, ya desde Hipócrates, estuvo siempre vinculada a unos valores y a un compromiso humano ante la muerte.Últimamente tuve la oportunidad de participar en una Jornada con el título Badajoz Ciudad compasiva. Ensanchar la vida. En esa Jornada se nos invitó a cuidar la vida y mirar a la muerte a la cara. Se nos invitó a gestionar nuestro propio miedo, la ira y la tristeza. Se nos invitó a acompañar el viaje hacia la muerte, sabiendo que no todo termina con ella. Se nos dijo también que el sello de la muerte da valor a la moneda con la que compramos lo que importa: la vida. También se citó a Petrarca según el cual “una buena muerte honra una entera vida”. Y de un modo u otro se nos invitó a cuidar mucho la dimensión espiritual con una afirmación que puede extrañar pero que muchos consideramos justa: “No somos seres humanos con una dimensión espiritual, sino seres espirituales con una dimensión humana”. Que todo esto venga del mundo de la medicina y más concretamente de profesionales que trabajan en cuidados paliativos no nos debe dejar indiferentes.Los cristianos confesamos nuestra fe en la resurrección de los muertos y “aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad”. Todos somos hijos de la muerte, pero ello no nos impide confesar que “la vida no termina, se transforma” (Pref. I de difuntos). Aquí nos sentimos “forasteros y peregrinos” (1Cor 29, 15), sabiéndonos “ciudadanos del cielo” (Fil 3, 20) y que por lo tanto nuestra morada está en el cielo. La muerte nos abre a la verdad, y da un sentido a la vida, sabiendo quién somos, qué hemos venido a hacer y que hemos hecho, si hemos dotado a nuestra vida de sentido, así como cuando aprendemos que somos algo más que cuerpo y que estamos conectarnos con lo que nos sostiene, con Dios, seguramente nos será más fácil entregarnos a esta nueva etapa que se abre con la muerte, sin miedo y con confianza, podemos soltar con mayor facilidad el cuerpo.Rabindranath Tagore afirma que “la muerte no es la oscuridad, simplemente es apagar tu linterna porque ha llegado el amanecer”. Si como cristianos creemos en ello, que la muerte es la puerta que nos abre a la vida, entonces nos iremos preparando para ese momento del paso de la noche al amanecer, para el tránsito esta vida a la vida definitiva.Según hayas vivido, vas a morir. Si hemos descubierto que en la vida lo importante es ser y no tener, si hemos vivido en coherencia con la fe que profesamos, si hemos amado, compartido y disfrutado los dones que hemos recibido, y llegamos al final ligeros de equipaje, experimentaremos que el morir no es más que una continuación del vivir.En estos momentos en que la eutanasia, entendida como una acción encaminada a provocar anticipadamente la muerte de un enfermo para aliviar su sufrimiento, se presenta como una opción humanitaria, en cuanto cristianos, mientras decimos un claro no a ella por considerarla un “homicidio” y “gravemente contraria a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2324), y mientras decimos también un no al “ensañamiento terapéutico”, movidos por la compasión cristiana que, como en el caso del samaritano (cf. Lc 10, 33), “ve”, “tiene compasión”, se acerca y ofrece una ayuda concreta, optamos por el acompañamiento de las personas que llegan al final de la vida, convencidos que “incurable, de hecho, no es nunca sinónimo de in-cuidable” (Doctrina de la Fe, Samaritanus bonus, 2020), convencidos también que los afectados por una enfermedad en fase terminal tienen derecho a ser acogidos, cuidados, rodeados de afecto, aportando por nuestra parte una mirada de gratitud y de ternura sobre la vida. Vaya mi gratitud a cuantos, médicos, enfermeros/as, consagrados y voluntarios, con gran generosidad cuidan y están cerca de los enfermos terminales.Oremos por nuestros difuntos y cuidemos a quienes están al final de este camino para iniciar el camino que lleva a la vida plena. Ensanchemos la vida, defendamos la vida contra la “cultura de la muerte” (Juan Pablo II).Vuestro pastor, que os bendice Fr. José Rodríguez Carballo, ofmArzobispo de Mérida-Badajoz
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